Stroszek
Guión y dirección - Werner Herzog
Alemania 1977 – 108 min.
Un artista necesita de espacios reducidos, pues en los grandes espacios su soledad se diluye y el artista, que se alimenta de su soledad, perece, perece en la demencia. Esta es la lógica en el destino que Herzog ha urdido para el personaje que lleva el nombre de este film: dulce músico callejero en Berlín primero, triste demente en Estados Unidos luego. La poco feliz ironía es que el mismo Herzog, como director, pareciera también necesitar de espacios reducidos, y así como entra en decadencia su personaje, también lo hace su film. Pero resulta que un film en decadencia no sabe hablar de la decadencia.
Stroszek (*) es la obra, evidentemente Herzog así lo ha concebido desde un principio, tan así que su nombre es el nombre de esta pieza. No obstante, se nos hace que al abandonar Berlín nuestro director se ha olvidado por completo del personaje que allí hubo gestado y, así, de su propia obra. En el extranjero Herzog vaga con su cámara, como amnésico, filmando escenas débiles y disconexas, aún visualmente pobres. Stroszek ha desaparecido por completo como centro de gravedad de la obra y cuando aparece en primer plano, su discurso en nada recuerda al extraño natural del humilde músico berlinense. Herzog ha partido en dos, inexplicablemente, su obra. Los cuarenta minutos en Berlín y la una hora en EEUU escindidos hacen imposible hablar de Stroszek como un solo film. Es recién al final de la obra que Herzog parece recordar a su personaje al recordar el destino de demencia que correspondía desde su concepción, y este final puede ser pensado como magistral pero, diluido el film en lugar del personaje, y cortados los puentes con la obra realizada en Berlín, ya no puede ser sentido. En el mejor de los casos el espectador hilvanará lentamente (e inútilmente si no quiere escribir una crítica), los pedazos aislados.
El caso es que el tratamiento psicológico con el que Herzog pinta a sus personajes es en extremo minimalista, al contrario de sus recursos dramáticos que, si no fuera por su antitética contrapartida psicológica, resultarían burdos y hasta propios de una falta total de habilidades narrativas. Pero evidentemente Herzog, para potenciar la interioridad de sus personajes, debilita el realismo y el detalle de las situaciones, llevando a cabo, en lo relativo a éstas, un expresionismo a menudo molesto por su falta de gracia y sutileza, a veces dominado por un humor decadente. Hasta en el estilo expresivo de sus personajes cultiva una extravagancia (un ejemplo es el uso de la tercera persona por parte del personaje para referirse a sí mismo) que a menudo no condice con lo que expresan. En Stroszek pareciera que Herzog recurre a estos elementos dramáticos hasta para herir cruelmente (gratuitamente) al espectador se diría que para que este busque amparo en la invulnerable inocencia del Stroszek berlinense. Pero en el mejor Herzog estos elementos dramáticos aunque intensos, son breves, pues su virtud minimalista pierde pié al dedicarse el director, como hace en el rodaje en EEUU, a las situaciones, a las anécdotas, a los “vastos espacios”.
En Berlín Herzog halla varios momentos para enseñar su habilidad para elaborar sutiles y extrañas alegorías que a menudo tienen un objeto o un animal a modo de símbolo (una corneta, un bebé prematuro, una cotorrita etc.). Nosotros hemos visto en esta primera parte excelentes promesas líricas por completo abandonadas, olvidadas.
En fin, aún sin una unidad o coherencia general que potencie el detallismo psicológico y alegórico de el que Herzog es maestro, el film no deja de ser muy interesante, especialmente el inteligentísimo intento fallido de alegoría final, mas nos parece que no hace falta internarse en él sino se está en busca de aprendizaje o inspiración cinematográfica, pues dos años después Herzog haría un nuevo Stroszek, con el nombre de Woyzeck, nuevo ensayo sobre la demencia, esta vez verdaderamente logrado. Ciertamente por Woyzeck se debería empezar para admirar a Herzog desde el vamos.
(*) En los casos en que no está en negrita se refiere al personaje y no a la obra
1 comentario:
Un pequeño devaneo lineal: El artista es un hombre de su tiempo. En estos tiempos la masa no nos permite agonizar, aferrados a la belleza, sino que se exige o bien la apariencia del goce, o el tomar partido. Como otros cineastas contemporáneos (Von Trier, Kitano, Sokurov, Tzsabó), Herzog ensaya una mirada en ese mundo, que como en los otros directores resulta vaga, sumergidos en el sopor y el malestar, sin sometimiento ni toma de partido.
El arte emerge cuando, en el abismo de lo discontinuo, el personaje y la mirada del director retoman la resignación, así sea a un Dios ausente. Tal es la reacción activa del sujeto a la violación de su intimidad en nombre de la tolerancia. Él debe convertirse en su propio demonio, y justificarse irónicamente en el placer clownesco. Eventualmente, en Stroszek como en Dogville, Taking Sides, El Sol y Kitanos, la ironía a posteriori devora la sumisión irreal, interpretada por el personaje, reestableciéndose así una dominación real, aunque esta vez sea a la luz de la luna, del sol muerto.
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